En el último de sus Cuatro Cuartetos (Little Gidding), T. S. Eliot escribió: ‘No debemos dejar de explorar. Y al final de nuestras exploraciones llegaremos al lugar del que partimos, y lo conoceremos por primera vez’.

A un nivel menos trascendental, más concreto y, por supuesto, nada litúrgico, esta crónica tiene más de exploración a través de los significados que de mero relato de una actuación. Me propuse perderme desde el principio, y contaros dónde me encuentro al final. No podía ser de otra manera…

El público ya llenaba el Babilonia de gritos cuando los Flow Fanatics empezaban a calentar teclas, platos y cuerdas vocales e instrumentales… Aún faltaban unos minutos para que comenzase el concierto, así que, entre calada y calada, y aún con la cámara apagada, dediqué esos instantes previos a intentar recordar alguna anécdota con la que comenzar e hilar la crónica que tendría que escribir al día siguiente.

No lo conseguí. Lo único que me vino a la cabeza fue la portada del disco que rodaba por casa desde hacía años: Elipsis. Amarilla y azul, con sendas fotos borrosas de Rapsusklei y Hazhe, en las que, todo hay que decirlo, no salían nada favorecidos. Las rastas de Rapsus le cubrían media cara, y recuerdo que me resultaba tan irreverente como apropiado para alguien que se hacía llamar ‘el niño de la selva’. Han tenido que pasar bastantes años para que una servidora se diese cuenta de que ni el hábito hace al monje, ni las rastas al poeta más salvaje de nuestro país…

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Ya nos habíamos amoldado al flow de los Fanatics cuando Rapsusklei subió al escenario al inesperado ritmo de Naaaah Naaah Nahh, su colaboración en el último trabajo de Toteking y Shotta. El pelo aún le roza el suelo y, aunque de los mil mechones hoy ya queden menos, permanecen tan indómitos como sus versos y a igual altura se elevan.

Así que podríamos habernos quedado tranquilamente a mirar desde abajo, pero esta vez no queríamos solamente tocar con los dedos el cristal, al menos no teniendo la oportunidad de adentrarnos de lleno en la selva de la Melancolía. Una senda a emprender acelerando y sin mirar atrás, tomando prestada la idea de Kenji Miyazawa de ‘pain is fuel’, porque todos tenemos dentro esas criaturas intensas y demoledoras llamadas sentimientos. Y sí, yo también creo que su intensidad puede funcionar como impulso.

Y así fue como arrancamos, pasando de cero a cien en dos segundos, y nos vimos entre los ‘asmas y almas fantasmas’ de Hip Hop Kresía. Una letra que, a golpes, parte la base y arrasa con los cimientos del bling bling y la doble moral del mundo (no sólo) de la música. Una vez aclamado el último ’¡Hijos de puta!’ y recuperados del tambaleo, nos encontramos profundamente into the wild.

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En nuestra expedición improvisada, sin más equipaje que los sentidos, no había normas ni colegas que nos impidieran revivir lo dolorosamente olvidado o que nos recordaran el ‘no hay que sufrir, hay que avanzar, bla bla bla’. No se me ocurre mejor escenario que el mar de brazos del público para el siguiente tema, Dando y perdiendo, donde poder gritar entre el silencio de mil voces nuestros errores superados y bailar con esos amores y odios más o menos asumidos. A tempo de vals enrojecieron el ambiente y las luces del escenario, instándonos a relajar la vista y agudizar el oído mientras la voz de Diego se agravaba hacia las últimas notas: ‘…viviendo y viviendo’.

Se nos había calmado el alma, y eso está bien, pero también los pies… ¡intolerable! Así que, como wake-up-call, un par de Whoop, Whoop’s. Si el canto al amor había unido al público, más fuertemente lo haría otro sentimiento común: el rechazo a la policía. Y digo wake-up-call porque así funcionó Please Officer, como activador inmediato de saltos.

Inmediato y momentáneo. Como en cualquier incursión por territorio desconocido, nos  deslizamos por altibajos: después de saltar a ritmo del mítico sonido remixeado de KRS-One (Sound of da Police), tocaba volver precipitadamente a la calma y al jazz como oxígeno para recuperar el aliento.

Y es que en la selva no hay mapas ni indicadores de dirección, y sin previo aviso, nos vemos frente a uno de los cortes favoritos de la última maqueta del artista: A fuego nos mordió en el estómago a grito quemado de ‘¡quién quiere amor de segunda mano!’. En él, la letra se mira directamente en la melancolía y dibuja sobre la música un boceto al natural de la fragilidad del corazón.

Cuando las llamas se apagan, de nuevo Rapsus alardea de su capacidad de montar y desmontar la inercia del público a su antojo, y volvemos a correr a toda velocidad por el fraseo acelerado de Arquitecto. Acto seguido, nos devuelve al juego de fibras sensibles con La dama y el vagabundo y Se llama amor. Aunque sin Aniki es cierto que hay menos amor, las formas de este último tema firman sentencias en los fragmentos del alma sobre los que afloran, vírgenes, el coraje y la fuerza.

Ya a medio camino en nuestra marcha, habíamos dejado atrás altos, bajos, oscuros y claros. Un recorrido que, a partir de un nuevo corte de los Flow Fanatics: Hip Hop Music, tomaría a ritmo de rap y funk la ruta de lo inesperado…

Tan inesperado como que Rapsusklei nos sorprendiera dejando salir (literalmente) al niño de la selva, encaramándose a las estructuras de los laterales del escenario y dando un par de volteretas sobre él, para después situarse muy quieto, de pie en el centro, y recolocarse el sombrero. Classy.

Con el sombrero vino Billy Jean remixeado y machacando los ritmos (gracias a Toteking por el concepto exacto) con Cuándo irás, primero, y Primer contacto después. Mientras, al compás de la música, Rapsus hacía girar las rastas en el aire, aumentando la velocidad y el volumen de su rapeo hasta hacer explotar al público y al micro.

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Después de la tormenta, volvemos a la paz recorriendo levemente Melancolía con su Intro, Caja de Pandora, Mi barrio y Cerca de ti, cuatro cortes que fluyen fáciles, con los que hincharse los pulmones y henchirse el pecho de nostalgia de la que rebosa la maqueta.

Ya cerca del final, quizás fue tanta morriña lo que llamó a Zatu a acompañar un ‘ratico’ al escenario a Rapsusklei. Arquitecto e ingeniero juntos interpretaron su Está to feo con mucho amol para decir adiós al público.

Pero la verdadera despedida sonó a clásico de La historia más real de vuestras vidas y dejó olor a huevos fritos: Jazz Elak Olé, porque lo que son las tradiciones, en Zaragoza, se respetan.

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Lo cierto es que el tema de cierre vino como anillo al dedo a mi necesidad de catarsis. Con eso de tener ‘el mundo como paisaje’ nos descolgamos de las lianas, de las letras y de la ciudad del viento, abandonamos la música y el viaje, pero nunca lo salvaje. Porque tanto la jungla como el niño viven dentro de nosotros más que en todo lo que nos rodea.

Como diría Lou Reed: Let’s take a walk on the wild side, que no está tan lejos. El centro de la selva, lejos de nada y cerca de todo, es el centro de la vida.

Crónica por Ary B.

Fotos por Valeria Noriega y Ary B.

 

5 Comentarios

  1. Difícil es explicar una actuación de este «niño de la selva»,pero si tiene que haber alguna esta es la que mas se acerca…Una crítica a la altura del gran Rapsus!

  2. me has exo revivir de nuevo el mejor concierto del viña. Fue increíble tal y como cuentas.. gracias xk a mi la musika de Rapsus me llena el alma..Muy cierto lo de las rastas, Rapsus k sepas k si algún día te cortas las rastas seguiré ahi tras los auriculares, tras las barreras del escenario, xq no me importa la apariencia lo k me gusta es tu esencia, increíble tu y tus fans… felicidades x este reportaje!!!

  3. No pude ir por desgracia, pero con estos parrafos he podido imaginar un poco lo espectacular que habría sido. Estupenda crónica.

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