Por: Sebastián Arteaga // Fotografía por Flow Freaks


Entre tanto concierto, firmas de discos, showcases, videoclips, sesiones de fotografía y tiendas de ropa, no sería descabellado pensar en detenernos unos instantes y reflexionar acerca de lo que realmente supone el hip-hop —en cada una de sus manifestaciones— para nuestra sociedad. Sobra decir que vivimos tiempos difíciles: desahucios, paro, recortes en sanidad, educación, etc. Ante esta situación podemos preguntarnos, ¿qué tiene que ver el hip-hop con todo esto?

A comienzos del siglo pasado, un elevado número de individuos inconformistas con la sociedad del momento criticaron duramente la coyuntura de la época: un mundo cada vez más mercantilizado, una sociedad más alienada, las diferentes “guerras por la paz”, etc. Estas personas, tanto formadas académicamente como fuera de toda institución, expresaban su descontento social a través del arte, rompiendo con la tradición anterior establecida. Desde hace décadas, a estos artistas los conocemos como vanguardistas. Ya el propio término “vanguardia” procede del vocablo francés avant-garde, el cual hace referencia a una posición militar avanzada.

Es decir, la vanguardia se situaba por delante de todo movimiento artístico del momento. Sin embargo, la mayoría de las diferentes expresiones vanguardistas no fueron aceptadas por la sociedad, siendo rechazadas por ser peligrosas para el sistema, contra-culturales y provocativas.


Mediatizado y demonizado durante años, el hip-hop se asociaba a la violencia, al sexismo y a la zafia provocación.


El hip-hop le debe muchísimo a las vanguardias artísticas. Así, nacieron de la misma manera: con el objetivo de cambiar el sistema del momento, luchar contra las injusticias sociales y canalizar las pulsiones violentas de la sociedad a través de la expresión artística creativa. De este modo, no es de extrañar que hoy en día, ante la vivencia de una nueva crisis estructural, el hip-hop se encuentre en buenísima forma.

Sin exagerar, cada semana (a veces incluso cada día) descubrimos nuevos grupos en nuestra propia ciudad. No hay ningún fin de semana en cuya agenda no podamos asistir a un evento relacionado con el movimiento. Los medios de comunicación especializados en el movimiento aumentan por momentos y el público cada vez se halla más implicado en él. ¿Pero todo es positivo? Veamos qué ocurre.

Como hemos afirmado anteriormente, y al igual que con los diferentes movimientos de vanguardia, el hip-hop fue rechazado en su momento. Mediatizado y demonizado durante años, el hip-hop se asociaba a la violencia, al sexismo y a la zafia provocación.

Aunque sabemos que esto no es así (y más si nos consideramos adeptos de la movida), todavía existe una minoría social que encuentra en el hip-hop lo contrario a sus valores (libertad, tolerancia, esfuerzo, autosuperación, sociabilización, etc.).

Asimismo, los medios no especializados suelen apropiarse del hiphop bien para banalizarlo y descafeinar su sentido ideológico, o bien como arma instrumentalizada, instigadora de conductas y reacciones afines al sistema establecido.

No es de extrañar que grupos como Los Chikos del Maíz hayan sido censurados más de una vez, siendo vetados en determinadas ciudades, o que a Nega casi se le prohíba impartir conferencias en las universidades. Todos recordamos la detención de Pablo Hassel o el asesinato de Pavlov Fryssas (conocido como Killah P) por activistas neonazis.

¿Cuántas canciones de rap hemos escuchado en las emisoras de radio más famosas? Hechos tristes pero que nos recuerdan lo valioso y efectivo que es el hip-hop para transmitir ideas más allá de las convencionales. Que sí, que no todo es levantar el puño izquierdo al grito de “¡libertad!”. En efecto, también hay cabida para el egotrip o cualquier otro “estilo” (detestamos esa palabra) más personal o lúdico, pero es fundamental que el chaval o chavala que decida subirse a este tren, conozca bien cuáles son sus raíces más allá del espectáculo. Ya lo dijo Tote King: “nada crece si no come”.

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